En los tiempos que corren, la gran mayoría de las decisiones
políticas, de acuerdos institucionales o de pactos económicos deben tomarse por
consenso. Incluso el bar en el que queda la cuadrilla de amigos antes de
ir a cenar debe elegirse democráticamente,
mediante consenso y buscando alcanzar un acuerdo por mayoría. ¡Con lo cómodo
que resulta tener una persona en
el grupo que tome estas decisiones por uno mismo!
Afortunadamente la ciencia no es demócrata. La opinión que
sobre un particular tenga una mayoría de personas no se impone a la razón. Buen,
esa es la teoría claro, porque la realidad es un poco diferente. Me vienen a la
cabeza situaciones en las que la ciencia ha quedado desbordada por las
creencias populares, la superstición, el ecologismo de fin de semana, la
homeopatía o los movimientos ciudadanos “anti-todo”. Los que ya tenemos una
edad nos acordamos por ejemplo, de las protestas vecinales que suscitó la
construcción del aparcamiento subterráneo de la Plaza Blanca de Navarra (el
segundo que se construyó en Pamplona tras el de la Plaza de Toros), la polémica de las antenas de telefonía
en las azoteas de los edificios y ya más recientemente, el movimiento
“anti-fracking”. Pero entonces ¿qué le está pasando a la ciencia? ¿No habíamos
dicho que la metodología científica no aplica ni acepta los principios democráticos? Quizás lo
que le falta a la ciencia es rapidez, visibilidad, flexibilidad. En
investigación científica el procedimiento investigador es lento, concienzudo y
está lleno de controles de verificación que hacen de la investigación un
ejercicio supremo de constancia. Este proceder es precisamente el que confiere
fiabilidad a la ciencia. Sin embargo la lucha de las ideas no se desarrolla en
el campo de la metodología científica si no en el de la refutación de las
mismas. Refutar consiste en rechazar la validez de una idea o afirmación de
otra persona mediante razones y argumentos. Y es precisamente aquí, en la
refutación, donde la ciencia pierde claramente la partida. La pierde no porque
carezca de argumentos si no porque la ciencia intenta aplicar en la refutación
la misma metodología que utiliza en la formulación de esas ideas. Y eso no
sirve. No sirve porque las personas contrarias a la ideas científicas rechazan
tanto la idea como el método . No sirve porque se refuta ciencia con argumentos obtenidos sin método científico o con ayuda de
métodos pseudo-científicos. No sirve porque repetido como un mantra, un
argumento falaz se convierte en verdadero. Y no sirve porque en definitiva, el
debate de ideas se ha convertido en una guerra de guerrillas y la ciencia sigue
exponiendo las suyas como si de una guerra convencional se tratase. Si los
científicos se acercasen más a los ciudadanos y de manera más didáctica, tuvieran
una presencia más activa en la sociedad y rechazaran públicamente las ideas de los “lobbys” pseudo-científicos igual se lograba una mayoría
de adeptos a la ciencia y a sus métodos. Pero…¿no habíamos dicho que la ciencia
no es demócrata?